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Lilia Bernardi, la rugbier que llegó a Berazategui para hacer historia

Lilia Bernardi (23) empezó a jugar al rugby hace cinco años atrás, atraída por los valores y el compañerismo de esta disciplina. Sus primeros pasos fueron en Ezeiza, hasta que se mudó a Berazategui y, a fines de 2018, se sumó al equipo femenino de la Municipalidad. Hoy, con su sacrificio y gran adaptación a cualquier puesto, se ha transformado en una de las piezas fundamentales del conjunto berazateguense que alcanzó recientemente el histórico ascenso a la Primera División.

 Hasta 2017 Lilia vivió en la localidad de Tristán Suarez, donde su vida transcurrió mucho más cerca del arte que del deporte. Se dedicaba al teatro y todos los sábados cantaba en un bar de la zona. Allí, entre sus más fieles seguidores, resaltaba un bullicioso grupo de mujeres que la alentaba y le pedía “otra” al finalizar cada nueva interpretación. Después supo que se trataba de “Las Marapas”, como popularmente llaman a las integrantes del equipo de rugby femenino de Ezeiza. Con el tiempo, llegó a conocerlas y hasta se hizo amiga de algunas de ellas, quienes la animaron a practicar esta disciplina, que desde entonces se convirtió en una de sus más grandes pasiones.

 Su arribo a Berazategui hace dos años logró separarla de “Las Marapas” pero no del rugby. En diciembre de 2018 llegó al equipo femenino de la Municipalidad, “Las Caciques”, un Club relativamente nuevo en URBA (Unión de Rugby de Buenos Aires), pero que “ya por entonces daba mucho de qué hablar”, según su mirada y la autoridad de haber pasado por una institución con mucha más historia en la disciplina. “Nos llamaba mucho la atención el hecho de que un club municipal haya llegado tan lejos y en tan poco tiempo, porque recién el año que viene van a ser tres años que está en el torneo y, realmente, es muy sorprendente cómo fue creciendo a pasos agigantados”, señala la joven.

 A ese plantel berazateguense, Lilia le aportó su rica experiencia, personalidad, sacrificio y, también, ductilidad a la hora de desenvolverse en el campo de juego. Es que, si bien se desempeñó siempre como forwards (delantera), nunca tuvo inconvenientes en ubicarse donde el grupo más la necesitara en cada momento. Tal es así que, en este último tiempo, se posicionó como segunda línea y fue una pieza clave para que el equipo alcanzara por primera vez en su historia el ascenso a la máxima categoría del rugby femenino, el TOP 8, donde será el único equipo municipal y se enfrentará a las mejores jugadoras del país.

 “Lo que más me llamó la atención del rugby son los valores, la humildad y el compañerismo que existe, tanto adentro como afuera de la cancha. Es el único deporte que conozco, por ejemplo, que tiene un tercer tiempo, en el que se comparte un momento con el equipo rival”, explica Lilia, que a los 18 años se incorporó al Club de Ezeiza y empezó a jugar con regularidad. Durante esa primera experiencia, logró crecer como jugadora e incorporar ese espíritu de sacrificio que permanentemente acompañaba al resto de sus compañeras, incluso hasta en las prácticas. “Me sorprendió el esfuerzo y las ganas que le ponían a todo. Aunque lloviera, hiciera frío o calor, no faltaban nunca a un entrenamiento, porque en la cancha siempre estaba presente el ‘calor humano’. Eso me animó a seguir yendo, aunque al principio me costó muchísimo”, recuerda y, con una sonrisa, reconoce: “En mi primer partido cometí el error de dar un pase para adelante, me quería morir. Me acuerdo que me lo reproché todo el día”.

 Sin embargo, no todo fue color de rosa. En aquellos primeros años, Lilia debió atravesar por un estigma que la acompañó a lo largo de su corta pero promisoria carrera deportiva y que, a su vez, también fue fundamental para forjar su aguerrida personalidad: las lesiones. Una de ellas de tal gravedad que hasta la obligó a abandonar las canchas por un tiempo prolongado. “Me fracturé el tobillo izquierdo, me rompí los ligamentos y, al no tener obra social, se me complicó mucho para que me atendieran. Estuve como 40 días con el yeso hasta que, finalmente, decidí sacármelo yo misma y, al poco tiempo, empecé a caminar nuevamente, porque no quería que nada me limitara. Esa lesión me marcó mucho, por eso destaco los valores de este deporte, que me ayudó a ser cada día más fuerte, no solamente en el terreno de juego sino también en la vida cotidiana”, analiza.

 “El último partido frente a Universitario de La Plata se vivió con mucha intensidad. Fue muy duro, parejo y sabíamos que iba a ser difícil. De hecho, el primer tiempo terminamos 14 a 10 abajo, pero luego logramos imponer nuestro juego, superarlas en el marcador (27 a 26) y defender esa pequeña diferencia hasta el final, lo que nos permitió ganar el partido y ascender directamente a la Primera División”, cuenta Lilia, y agrega: “Cuando terminó el encuentro, fue una explosión inmensa de alegría para todas las chicas, hasta hubo lágrimas de felicidad al saber que tanto sacrificio dio sus frutos. Particularmente, me siento muy orgullosa de poder representar al equipo de la Municipalidad de Berazategui, una ciudad que me abrió los brazos desde el primer momento”.

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