El sol salía y se escondía como jugando tal niño revoltoso, inestabilidad que para muchos es sólo un hecho natural en el día, pero para una familia de La Matanza es un suceso que depende de su calidad de vida.
En un terreno baldío, allí se ve correr a tres niños pequeños donde el más chiquito tiene 3 años, entre risas y juegos la dura realidad se olvida por un rato hasta que la noche cae en una habitación improvisada con chapas y lonas, todo construido por Susana, la «mamá» todo corazón, quien también preparó un rico desayuno con los alimentos donados por los vecinos que conocen su historia.
Ella, en realidad es la abuela de esos niños la cual manifiesta, y se ve en la integridad de los chicos, que da todos por ellos. Ella consigue comida, la bolsa de mercaderia que le brinda el Municipio, y hace changas en un restaurant lo que le permite llenarle las panzitas a sus nietos, haciendo a su vez de magia para que todos puedan comer, ademas de comprar o todo lo necesario o recibir donaciones para mantener la higiene y salud de sus nietos.
Por diversas cuestiones que imposibilitan a su hija el cuidar de sus nietos, ella se puso manos a la obra para encargarse de la crianza de los niños, que con todo el amor del mundo la llama «mamá abu», y el lazo es tan fuerte que para ella son sus hijos.
La pobreza, la falta de un techo, son uno de los impedimentos mas grande que tiene esta familia sumandole la falta de recursos económicos, que imposibilita uno de los grandes anhelos de los pequeños soñadores, que es el concurrir al jardín de infantes y a la escuela.
Por eso, Susana con todo el esfuerzo que empuja el amor, les compro a cada uno sus mochilas, donde también consiguió útiles usados, para acercarlos de a poco a ese gran sueño, que la falta de oportunidades pone kilómetros en el camino para llegar a esta meta.
Mientras el sol sigue allí, y recorre cada rincón de este terreno baldío en el que Susana pudo improvisar un baño al aire libre, porque para chapas el bolsillo y no alcanzaba, con un inodoro donado y unos tachos que improvisan una ducha, que cuando el febo asoma furioso es el poncho que abriga los baños de cada niño junto a la ropa que se seca en un improvisado tender al lado del fogón que actúa de cocina.
«A pesar que soy pobre los tengo bien cuidados,no me gustan que este todos sucios, tengo hasta el repelente y el peine para los piojos para sacárselos, ellos son mi vida, doy mi vida por ellos por eso les doy lo que tengo, los amo, me gustaría tener un lugar donde estar, que tengan la posibilidad de ir a la escuela» declaró Susana.
Con sus ojos vidriosos, donde quería asomar una lagrima, entre un suspiro, Susana comentó «quiero trabajar en algo estable, tengo una changa de cuida coches en un restaurant, pero no es fijo, gracias a los comerciantes del barrio también nos dan comida y un grupo que pasa todos los días nos dan a la noche una vianda para cada uno, gracias a Dios nos arreglamos para comer, pero sueño tener un lugar bajo techo donde vivir, acá hice lo que pude pero tenemos los colchones en el suelo de tierra, llueve y tenemos los colchones en el agua».
Grave problemas de violencia y varios traspiés que dio la vida facilitaron la dramática situación de Susana para que haya vivido por un par de años bajo la cruenta realidad de la plena calle, huyendo de aquellas tragedias cotidianas que se viven dentro de una pareja sumergida en la violencia de genero, pero hoy sus ganas de seguir luchando son sus «hijos».
Cuando llegó la hora de preparar el almuerzo el sol salió mas esplendoroso que nunca, como si supiera que a esos tres niños luego les tocaría la hora del baño, mientras la «abu mamá» sueña en cocinar en una cocina, viendo a toda su familia sentada alrededor de una mesa, esos pequeños detalles que la violencia y la falta de oportunidades le quito, pero el amor por sus «hijos» no baja la guardia y da el aliento de seguir por ellos.
FOTOS: EZEQUIEL PERALTA