Por Carlos Rigel (Colaborador Especial)
Hace unos días fui invitado al programa radial «Ratón de Biblioteca», conducido por el escritor ramense Carlos Boragno. El epicentro de la nota fue indagar el estado de un género literario reciente: el realismo mágico. Y se hizo inevitable durante una hora al aire conjugar citas y personalidades sobresalientes en tiempo pasado. Se trata de un estilo narrativo exigente que requiere de meditación amplia y profunda donde el autor se luce pero también donde queda demasiado expuesto a la calificación inmediata de su lucidez y exuberancia en el manejo de recursos. Es la diferencia esencial con el realismo fantástico cuando inventa a un hombre de la nada: el realismo mágico toma al hombre existente y altera su entorno sólo para explorarlo. El protagonismo central es de la condición humana.
El mismo género literario complejo que en los ’70 liderara la vanguardia literaria en América Latina, fue consumiendo los fuegos de la antorcha hasta finalmente cederla a sucesivas corrientes de periodismo de investigación y luego al género de autoayuda llegado con las tendencias holísticas de la New Age en la década de los ’90. La actual merma en la venta de novelas registrada por la Cámara Argentina del Libro es una de las revelaciones del cambio pero no es la única, aunque coincide con la caída del mismo género en el mercado de España.
Por supuesto que los hábitos de lectura cambian de manera continua. Uno de nuestros adolescentes actuales no lee los mismos títulos que la generación anterior. Sin embargo, comienzan a advertirse síntomas que a su vez afectan a la producción de los autores, y es mejor advertirlos antes que ignorarlos o subestimarlos. Uno de los formatos literarios en descenso, precisamente, convierte al realismo mágico en una de sus víctimas centrales y determina el refugio contemporáneo del lector en la palabra práctica: el periodismo analítico
Pero el género mágico que fuera membretado como una «conspiración rioplatense» viene en declive desde hace tiempo. La sentencia de nuestra crítica académica de literatura Josefina Ludmer advierte acerca de una migración del interés entre los autores y la población de lectores cuando observa la pérdida de la literatura subversiva que caracterizó a los autores en décadas anteriores y durante casi todo el siglo 20. Todo estaba por cambiarse. Esa dimensión fue ocupada casi en su totalidad por los autores del realismo mágico. Pero también debemos considerar el interés comercial de la maquinaria editorial: a fin de cuentas los sellos editoriales deciden qué se consume.
Es que el segmento mágico de las letras fue el compartimiento literario por excelencia y que mientras en los países de habla inglesa prosperó en la ciencia-ficción de corte social, al estilo de Orwell o de Huxley, en Latinoamérica dedicó sus tintas a la indagación filosófica del individuo solitario alternativo frente a lo extraordinario. Y así como el eje galáctico para la ciencia-ficción futurista fue nuestro planeta, único e irrepetible –o bien frente al ocaso o bien la expansión de la especie–, en el mundo latino la consigna primaria de creación fue apenas un individuo solitario frente a acontecimientos imposibles narrados con absoluta verosimilitud.
Y como estilo de pensamiento anterior al proceso de escritura alcanzó su apogeo temático en dos exponentes definidos, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges –uno perfectamente latino y otro universalista–, también alcanzó la cúspide lingüistica en Julio Cortazar y Cabrera Infante: ambos faunos hicieron realismo mágico del lenguaje: uno gélido del sur y otro rítmico caribeño. Son sólo ejemplos de la diversidad. Aunque todavía con ilusión de recuperar esa dimensión generosa que le dio identidad al territorio de habla hispana, por el momento tristemente debemos conjugarlo en pasado.
Claro que también el continente hizo su parte, soportando conflictos, represión y escapes. Las Américas padecieron vaivenes ideológicos y políticos que terminaron nutriendo la metáfora amplia de los autores con persecuciones. Pero tras la clausura de períodos escatológicos vividos y transitados por el orbe hispano del continente con las dictaduras y la interrupción de los procesos democráticos y republicanos en distintos países de América, la gran parábola desafiante, poética y reflexiva parece haber abdicado al trono ganado a pura y lúcida neurona en el siglo 20.
Fue la centuria clave con la aparición del sujeto en la realidad sociopolítica que amaneció a la crítica de impugnación social: el hombre masificado fue capaz de desafiar al Estado, cambiando muchas veces el rumbo de los países aunque en los resultados sigamos detenidos en el mismo lugar que a comienzos del siglo anterior. América latina parece estar definida en el círculo cerrado sin solución. Sin embargo, las asimetrías profundas resultantes en las sociedades latinas no han menguado sus contradicciones entre las clases ricas –hoy más ricas– y los esclavos –tan esclavos como en tiempos de la colonia–. América latina vuelve a recobrar los ingredientes impulsores del pasado realismo mágico alegórico, pero esta vez la fantasía rica y figurativa quizá no vuelva al papel.
Pero esas mismas alteraciones en las sociedades fueron promotoras con el atropello de los derechos civiles que, probablemente, obligaron a los autores a cultivar la parábola ejemplar de la dialéctica en cuyas catacumbas se encontraba nada menos que la realidad dolorosa, porque quienes se atrevieron a cruzar los límites desde el periodismo plano pagaron el precio de la osadía: se enfrentaron recto con los sistemas dictatoriales y represivos. De esa trinchera, precisamente, emergieron figuras literarias como héroes civiles.
En la pendiente se observan algunas constantes que merecen un análisis de etapa provisoriamente cerrada, porque en los altos méritos universales también hubo escritores referentes por su valentía en tiempos violentos, como una póliza de seguro de las garantías ciudadanas atropelladas. Es que renunciar a los ideales de las utopías creó tanto las distopías del espanto como las fugas a realidades ilusorias: «Las puertitas del Sr. López», de Altuna, aún perteneciendo a otro género expresivo, fue la escarapela que resumió la creatividad continental anacrónica de una edad.
Por un lado, las guerras silenciosas, desde las ideológicas hasta las económicas, por el control de los recursos, por otro lado, el ejercicio sobre la voluntad de las masas y, por último, el sistema antropófago de occidente o de anulación por el método numeral de oriente donde el individuo fue un dígito más, todo pareció conspirar en la busca de una realidad alternativa que no fue ideal sino esperpéntica, y tal vez para explorar un tiempo paralelo posible por medio de las advertencias narrativas o poéticas. Esa realidad parece haber agotado a los autores de la generación anterior por una nueva camada del más crudo realismo lineal, o bien en la busca del equilibrio interior con el advenimiento de la antroposofía, donde la clase media y alta se exculpan de la guerra diaria en las clases bajas.
Claro que hubo una migración de energías creativas desde la literatura hacia la industria del cine, ya que la pantalla gigante ha dado pasos alargados tanto en los géneros de la ciencia-ficción y la fantasía transversal del comic llevado al film, pero que también ha incursionado en los reinos que otrora fueron hegemónicos del realismo mágico literario. El cine ha recobrado los recursos y el estilo abandonado por la pluma y el tintero. Sino, ¿cómo entender los paradigmas ilusorios de la película Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (2014), la obra maestra del cineasta mexicano González Iñárritu? O ¿cómo analizar las abundancias fantásticas en la metáfora distópica de la película Brazil (1985) del director norteamericano Terry Gilliam, una recreación del episodio mágico sobre una novela famosa de ciencia-ficción creada por Orwell?
Para escribir lo fenomenológico sin duda hay que sentirse disconforme con la realidad, pero para desafiar las leyes de la inercia cotidiana con su lógica enferma se necesita algo más que inconformismo contestatario: La vida se está quemando por ambos lados. Si la actualidad fuera suficiente para colmar la dimensión humana ni siquiera se producirían poemas: bastaría con el periodismo de actualidad. Pero el aburguesamiento creativo es señal de decadencia cuando el espíritu social todavía sigue insatisfecho. Por suerte, las utopías no se pierden en el imaginario social, sólo cambian de lugar.
CR