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Buenos Aires

La cita del café y la tinta

Por Carlos Rigel (Colaboración especial)

 

Hace unos años asistí a una ponencia fallida, en mi opinión, sobre la historia de los cafés literarios en nuestro país, y más específicamente, en nuestra provincia de Buenos Aires.  Fue durante 2014 en la costa atlántica. Supe olvidar a los mentores de tan defectuoso preparado ofrecido al público en un programa de actividades febril con gran asistencia del público costeño y hasta porteño.

Más allá de estar pésimamente leída, casi para la confusión, la ponencia iniciaba la recopilación histórica de eventos en el Café Tortoni, a comienzos de siglo 20, obviando nada menos que los orígenes de las tertulias literarias del Grupo de Mayo a comienzos del siglo anterior al 20, en la antigua Buenos Aires, donde prosperaba el Salón literario que dirigía Marcos Sastre. La costumbre tiene origen en la Europa de Diderot, Voltaire y Rousseau. El primer café fue Le Procope en el siglo 17. Años después París contaba con unos diez cafés literarios. Y un siglo más tarde, contaba con novecientos. Durante las visitas al Viejo Mundo, nuestros próceres asistían a esos encuentros cuya migración llegó a nuestras costas al mismo tiempo que las corrientes emancipadoras americanas. Y quizá por ellos.

Seguramente invitarían en esos años una infusión durante el evento, quizá un café, un té o un mate, si acaso el título del encuentro se refiere al lugar común del aperitivo servido durante el transcurso de lecturas y debates. Pero allí, en el Salón de Sastre, Esteban Echeverría leyó sus poemas y años después destacaba como coordinador de reuniones en debates políticos progresistas y literarios junto a figuras de la talla de Alberdi, Juan María Gutiérrez y el mismo Sastre. Años después, la intensa creatividad de la generación del ’90 no fue espontánea sino previsible de un linaje patrón. Y afectan hasta nuestros días en el desarrollo de los autores al extremo de conformar grupos de sano enfrentamiento intelectual, como por ejemplo los centenarios Grupo Boedo y Grupo Florida, que aún caracterizan rivalidades de calidad literaria en la ciudad de Buenos Aires.

Desprendido de los cafés abundan desde la apertura democrática en Buenos Aires los talleres de escritura y de literatura, al punto que en 1985 un país de Europa encargó a una encuestadora nacional la exploración en el público de inscriptos acerca de la utilidad comunal de los talleres de literatura, quizá con la intención de promover dicho compartimiento cultural en su propia patria. Me refiero a un país de la Tierra que hoy tiene la primera Escuela de Escritores del mundo.

Pero desde sus comienzos, los cafés literarios son reuniones de autores noveles, aficionados o experimentados cuya comunión inspira a la entrega de prosas, poemas y pensamientos al público lector. Por eso cumplen con la etapa inicial en la difusión y reconocimiento del novel en la construcción de un público seguidor. A fin de cuentas, «todo texto es vida que está dormida», dice Mempo Giardinelli y se trata de comenzar a latir en tinta. Pero además involucran en sus actividades la obra de ilustradores, pintores y músicos que exponen o brindan su arte en la oportunidad, por esos son epicentros artísticos en el corazón de una ciudad.

La jornada prevé siempre la apertura del micrófono al público invitado y hasta la venta de material literario de los miembros del grupo, primeros pasos en la promoción de ediciones económicas, por eso, en algunos casos, son factor determinante en la aparición de modestas editoriales barriales, y luego sellos de renombre a través de las décadas. En las ciudades bonaerenses hoy tanto los talleres como los cafés literarios gozan del interés cultural municipal y cuya promoción es escalón determinante en la inauguración de las ferias de libros regionales del conurbano.

Decía la novelista Silvia Plager coordinadora de un taller de escritura, que quizá todos los participes que la escuchaban no llegarían a ser escritores, pero que sí serían buenos lectores. La tarea en sí misma requiere del ejercicio sintáctico frecuente pero también del análisis y la revisión permanente de material universal, desde textos de autores famosos hasta la lista de películas del cine clásico como cinética elemental de la sinergia grupal. En algún momento de la jornada estos encuentros evolucionan de café literario a taller con debate pasional e incluso a tertulia con intercambio de ideas.

Sin embargo, hay una merma general de actividades desde 2014 y con especial hiato en 2015. La mayoría de los sitios de convocatoria a los encuentros en 2016 parecen no haber iniciado actividades. Si bien la ausencia de grillas de eventos no es información suficiente como para extraer conclusiones a partir del cambio de autoridades, la falta de intervencionismo político en áreas culturales no explica el fenómeno, tampoco el cuadro de crisis que atraviesa la economía o el estado anímico de los organizadores: aunque no haya encuentros, la gente aislada seguirá escribiendo y leyendo.

Pero si los costos de organización son óbice y atentan contra la regularidad, entonces es hora de regresar al mate literario, a la tertulia literaria, al encuentro informal. Una plaza pública sirve a los fines del amateur de enfrentar la lectura amplia del material propio al público y cuyo primer obstáculo es el pánico escénico que todo autor debe vencer.

Bibliotecas populares, cafetines, clubes deportivos, colegios, centros comerciales, salones, escuelas, propiedades fiscales en comodato, sin contar con los encuentros celebrados en los propios domicilios de autores independientes, las nuevas generaciones continúan la tradición de la tinta y la borra de café en el pocillo. La experiencia social revela que estos eventos promueven la aparición de talleres de escritura abiertos al público coordinados por autores veteranos, y acaso menos frecuente, la migración de figuras locales a programas radiales dedicados a la difusión cultural a cargo de miembros de esa misma comunidad. Además de formar ciudadanos libres y completos, los cafés literarios son señal de una sociedad pujante y sana que vive en estado cultural permanente y que anhela ser más.

CR

 

 

Algunos cafés literarios famosos en los distritos del conurbano:

Morón: Café literario «Domingos recurrentes», Centro Cultural América Morena. Café Literario del Oeste, Haedo y Morón. Café Literario «Por quién doblan las palabras».

Lomas de Zamora: El Café Literario de Lomas, “Taller de docentes lomenses escribiendo» y proyecto “Escritores con Alas” dedicado promover en adolescentes el género de la fantasía y la ciencia-ficción.

Esteban Echeverría: Café literario de Esteban Echeverría y el Centro Cultural El Telégrafo. Café literario el Galpón de la Estación, en Monte Grande.

La Plata: Café literario en La Torre Mora, La Plata. Café literario el en Palacio López Merino, Café literarios del Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha, el Museo Municipal de Bellas Artes y Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano.

La Matanza: Café literario de Autores de La Matanza, Centro Cultural Congett, el Galpón de Tapiales, café literario y taller incluido en Biblioteca Popular Villa Sahores. Encuentros de lectura en la Biblioteca Popular Almafuerte.

Hurlingham: Café literario «Café x medio» Centro Cultural Quinquela Martín de Hurlingham.

Villa Ballester: Café literario «Eärlindë», Centro Educativo Comercial de Ballester

Tres de Febrero: Tertulia literaria Organizado por SADE Tres de Febrero.

 

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COMENTARIOS

  1. muy buena reseña, y mejor aún opinión respecto de la función y las virtudes de un café literario. Excelente, propio de alguien con sensibilidad y conocimiento para la tinta .

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