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Buenos Aires

El factor cultural en el Conurbano

Por Carlos Rigel (Colaborador Especial)

 

La extensión territorial y poblacional de Buenos Aires abrumaría a cualquier europeo. Eje promotor de un país con un siglo 19 pujante inspirado en la demanda ganadera y agropecuaria internacional, creció a un ritmo febril y demográficamente alarmante cuya prosperidad tuvo en su apogeo la tarea superlativa de fortalecer una identidad también industrial dentro de los Estados.

A Buenos Aires podemos analizarla como a un país y no como a un satélite del gobierno central, donde alguien estornuda en la Rosada y hay mocos abundantes en nuestra provincia, con pañuelos rápidos en la contención. No hablaré en esta columna de la subordinación de décadas y períodos casi centenarios de nuestras autoridades con el gobierno central, pero nuestro Estado ha puesto históricamente un tercio del total de votantes, casi 11 millones y medio en las elecciones recientes, y no resultamos favorecidos a través de la historia ni siquiera en la Coparticipación Federal, aún cuando representamos más de un tercio en un padrón total de 30 millones y medio de ciudadanos para todo el país. Buenos Aires jamás tendría que haberle pedido permiso a nadie para crecer en ningún aspecto de su vida civil.

No tuvimos cloacas, ni canalización de ríos, ni nuevas redes ferroviarias acordes a la demanda demográfica, ni rutas o pueblos nuevos, cuando hasta las universidades autónomas de cada distrito son una presencia reciente, pero tampoco teatros municipales, ni centros de difusión cultural, ni parques de recreación vecinal. Y el factor cultural quedó postergado a la decisión operativa del gobierno provincial subalterno con el central. Por ende, la ciudad de La Plata prospera en teatros de renombre, y nuestros municipios en potreros sin arcos. La provincia, en la cima, fue capaz de aportar trabajadores, votantes y deportistas, nunca pensadores destacados ni artistas. Tras décadas de ejercicio político no hay nada de qué alegrarse.

Si todavía discutimos en el siglo 21 el paradigma educativo entonces estamos peor que en el siglo 19, cuando las preguntas de hoy necesitaban otras respuestas. La falta de preponderancia merecida en el debate nacional, la ausencia de peso específico en las decisiones trascendentes de la política, nos fue subordinando al factor numeral pero nunca al cultural. En el esquema central, la provincia de Buenos Aires puede aportar votos pero no artistas, ni escritores, ni actores, ni intelectuales, ni músicos que no sean emblemas circunstanciales del momento, escarapelas de un modelo económico o un proyecto político consistente con el color rosado de la sede del gobierno central.

La ciudad de Buenos Aires es autónoma del Estado provincial –y no pierde oportunidad de recordarlo–, tanto como el Estado de Buenos Aires es autónomo de la Nación. Pero nunca uno de nuestros gobernadores se atrevió a alzarle la voz al Presidente para dejar en claro los tantos en favor de sus ciudadanos. Cruzar la Gral. Paz ha sido recurrente cada 4 o 6 años por motivos electivos y tan frecuente como cruzar la ruta 2 o la 36 provincia adentro desde La Plata. Y luego del sufragio, a continuar transitando la postergación, a seguir mirando la capital como si fuera Manhattan, antes que distinguir e impulsar las fuerzas creativas de cada distrito. En cada barrio sabremos de una canchita de fútbol: es un emprendimiento privado, y casi nunca un mini-auditorio para la recreación vecinal: es una deuda institucional. Aunque la experiencia reciente de llevar artistas y músicos del teatro Colón o la Feria del Libros Infantil a las villas, ha despertado la emoción.

Me asombró que, hace unos meses, un activo militante del FpV me informara que el partido de Merlo, en el oeste de GBA, no cuenta con centros culturales, ni teatros, ni promoción de artistas, ni ferias de libros, ni exposición de artesanos, ni festivales tradicionales que no sean emprendimientos privados. Hablamos de 820 mil habitantes. Cualquier vecino necesita de un hogar, y la construcción de la casa propia queda resumida a su esfuerzo solitario y la disponibilidad de recursos. Pero ese criterio de individualidad no puede ni debe ser aplicado al elemento intercultural de ningún Estado regional de una patria. El «arréglense como puedan» no debe ser martillo del clavo en cada compartimiento artístico o intelectual.

En resumen, nuestra provincia no destaca ni condecora a eminencias por su labor creativa o investigadora, porque las comunas tampoco informan de su existencia ni las promueven, parece un tema privado; no convoca a certámenes en las distintas categorías artísticas con el beneficio colateral de establecer una nómina de artistas regionales en cada segmento; tampoco promueve la aparición de espacios de promoción cultural de convocatoria pública, ni premia la labor periodística ni ensayista de los historiadores. Pero lo cierto es que no sólo de pavimento viven los ciudadanos, suponiendo que nuestros barrios se encuentren asfaltados por completo.

Ya sea por favor o por discrepancia, si hay enfrentamientos o discordia entre los estados municipales y provinciales, o provinciales y el central, quien siempre pierde es el ciudadano común, porque es el elemento débil en la ecuación civil frente al poder institucional. No será una novedad ver a nuestras poblaciones indiferentes de los intendentes quienes están pendientes de gobernadores, quienes miran hacia el microcentro porteño y no a su propio interior, a sus propias potencias. Claro, nadie reclama lo que no sabe que le deben. Y el resultado final persiste, como decía el escritor mexicano, don Carlos Fuentes, «tenemos un cultura que sigue en alpargatas».

Azul no es más que Florencio Varela o La Matanza o Tigre y, sin embargo, tras visitar hace unos años esa ciudad imponente de la llanura bonaerense, tuve una visión profunda de las edades del progreso civil e institucional. Ese centro cívico antiguo y formidable, con un teatro para la envidia y las calles vestidas de fiesta con Quijotes y Sanchos en cada esquina, me habló de la preocupación cosmética por la belleza urbana como razón de Estado, metrópolis del mundo nombrada por la UNESCO como ciudad cervantina. Claro que visto desde allí, La Plata queda demasiado lejos, tanto como CABA y la Casa Rosada. Nadie puede ayudarlos. Sólo les preocupan sus vidas y su ciudad. Y si quieren libros deben editarlos, y si quieren músicos deben promoverlos, y si quieren artesanos deben asistirlos, y si quieren obras de teatro deben, o crearlas o importarlas.

Recién en estos días podremos ver la web del gobierno provincial el llamado a presentar proyectos de emprendedores creativos con vistas a seleccionar 50 compartimientos a promover por el Estado de Buenos Aires en ausencia de lo mismo por los estados municipales. Algunas comunas emergentes están justificadas, otras no. Pero, al menos, nos hablará en el futuro de una generación de artistas y empresarios de la cultura que acaso destaquen en la llanura porque, a fin de cuentas, si nuestra provincia duerme no es por sus habitantes. Pero 50 proyectos para 16 millones de habitantes…

Mientras tanto seguiremos reclamando lo básico como asfalto, cloacas, urbanización y desarrollo, lidiando en límite con la impostura. Porque, a pesar de todo, nuestros ciudadanos y vecinos, nuestra gente, siguen escribiendo, pincelando, perfeccionando, esculpiendo, modelando materiales, caracterizando personajes y obras, ejecutando instrumentos musicales, ejercitando la danza, el folclore, el tango, explorando el conocimiento, buscando espacios donde expresarse y esforzándose cada uno en su arte y entender para recordarnos cada día que, acaso, seguimos sin ser todavía el último lugar de la Tierra.

CR

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